Una urgencia nacional en nuestros aeropuertos

EDITORIAL

La crisis que actualmente golpea al sistema de control del tráfico aéreo en aeropuertos clave como Newark no es un accidente. Es el resultado predecible de años —incluso décadas— de negligencia institucional, desinversión pública y falta de visión estratégica.

Lo que estamos presenciando en Nueva York y otros centros neurálgicos del transporte aéreo no es un episodio aislado, sino un síntoma de un sistema nacional que funciona con alambres, buena voluntad y rezos silenciosos.

La pregunta ya no es si habrá otra falla. La pregunta es cuándo será la próxima. Y si seremos lo suficientemente responsables —y valientes— para evitar que esta crisis se repita, o incluso se agrave.

Mientras millones de viajeros estadounidenses exigen eficiencia y seguridad, muchos controladores aéreos trabajan en condiciones que rozan lo inhumano. Turnos dobles. Equipos de radar que dependen de cables de cobre y sistemas de comunicación que aún usan disquetes. Sí, en pleno 2025.

En Newark, la situación ha llegado al extremo de operar turnos críticos con menos de una cuarta parte del personal necesario. La presión psicológica sobre estos trabajadores no solo pone en riesgo sus vidas, sino las de miles de personas que viajan en cada avión.

Esto no puede continuar. Y no se arregla con promesas ni con ajustes temporales. Se requiere una reestructuración profunda del sistema aeroportuario estadounidense.

El Congreso de los Estados Unidos debe declarar de inmediato una emergencia nacional en infraestructura aérea. Esto no es una exageración. Se trata de un componente esencial para la economía, la movilidad, la defensa y la seguridad del país.

como se aprueban presupuestos masivos para armamento, también se debe asignar un paquete multianual de inversión para reemplazar los sistemas obsoletos de radar y comunicación, modernizar las torres de control con tecnología digital, instalar redes de respaldo que eviten apagones totales como los vistos recientemente, y asegurar mantenimiento preventivo constante y no solo correctivo.

Este tipo de modernización tiene un precio, pero el costo de no hacerlo —en pérdidas económicas, reputación internacional y potenciales tragedias humanas— es infinitamente mayor.

Pero no hay sistema moderno que funcione sin personas. Y hoy, el gran cuello de botella en la aviación civil estadounidense es la falta crónica de controladores aéreos. El proceso de formación de estos profesionales es largo y complejo, como debe ser. Pero actualmente hay demasiadas trabas burocráticas, demasiadas plazas congeladas, y pocos incentivos para que nuevos talentos ingresen o permanezcan en el sector.

Se necesita agilizar los procesos de reclutamiento y formación, crear programas educativos subvencionados en universidades comunitarias y técnicas, ofrecer mejores salarios y beneficios para atraer a jóvenes con vocación, e implementar turnos más humanos, con tiempos adecuados de descanso, supervisión psicológica y progresión de carrera. Un país que no cuida a quienes guían sus aviones no merece llamarse una potencia moderna.

No todos los problemas se resuelven con dinero. También se necesita inteligencia en la administración del tráfico aéreo. Estados Unidos debe adoptar tecnologías de predicción y redistribución de vuelos que ya se usan en Europa y Asia para reducir la sobrecarga en aeropuertos como Newark.

Reforzar la coordinación entre aerolíneas, torres de control y aeropuertos, incentivar el uso de aeropuertos secundarios o regionales en horas pico, e integrar algoritmos de inteligencia artificial para planificar rutas alternativas y tiempos de despegue y aterrizaje en tiempo real, son medidas alcanzables y necesarias. Una mejor distribución del tráfico puede aliviar la presión sin necesidad de ampliar pistas o construir nuevas terminales.

En medio de esta tormenta, el pasajero ha sido el gran olvidado. Personas varadas durante horas, sin información, sin asistencia, sin reembolso claro. Se debe establecer una carta nacional de derechos del pasajero, con reglas claras y obligatorias para todas las aerolíneas, incluyendo compensación automática por retrasos y cancelaciones, derecho a alojamiento y transporte alternativo en caso de colapso operativo, canales de atención efectivos y humanos en aeropuertos, y reembolsos directos sin letras pequeñas. Ya no se puede permitir que las aerolíneas se escondan tras “factores fuera de su control” cuando el colapso es estructural y predecible.

Estados Unidos fue pionero en la aviación civil. Su historia está marcada por avances tecnológicos, hazañas aéreas y un sistema que, en su momento, fue ejemplo para el mundo. Hoy, lamentablemente, va camino a convertirse en un modelo de advertencia. Pero aún estamos a tiempo.

Esta crisis puede ser el punto de inflexión que nos obligue a reconstruir, modernizar y humanizar nuestros aeropuertos. No es solo cuestión de eficiencia o comodidad. Es una cuestión de responsabilidad nacional, de seguridad pública y de respeto a millones de ciudadanos que merecen llegar a su destino con confianza y dignidad.

El cielo no debe ser un lugar de incertidumbre. Debe ser, como siempre soñamos, un símbolo de libertad.

Aero Caos: La crisis en los aeropuertos que paraliza Nueva York

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