
En las últimas semanas, los aeropuertos del área metropolitana de Nueva York, y en particular el Aeropuerto Internacional Newark Liberty, han sido escenario de una crisis sin precedentes en el sistema de control del tráfico aéreo.
Lo que comenzó con retrasos intermitentes y cancelaciones esporádicas, rápidamente escaló a una situación caótica que ha afectado a decenas de miles de pasajeros, paralizado operaciones aeroportuarias y puesto en jaque la reputación de uno de los centros neurálgicos del transporte aéreo en Estados Unidos.
La raíz del problema es una tormenta perfecta: una alarmante escasez de personal calificado, múltiples fallas técnicas en los sistemas de radar y comunicaciones, y una infraestructura tecnológica que en muchos casos no ha sido actualizada en décadas. Esta combinación ha revelado grietas profundas en el sistema de aviación estadounidense, particularmente en una región tan densamente poblada y dependiente del transporte aéreo como lo es el noreste del país.
Para muchos viajeros, lo que debía ser un vuelo de rutina terminó en una pesadilla de horas de espera, conexiones perdidas, incertidumbre y frustración. Las aerolíneas han tenido que reducir vuelos, los controladores aéreos han sido llevados al límite de su capacidad operativa, y las autoridades federales se han visto obligadas a intervenir ante la creciente presión pública.
Esta crisis no solo representa un desafío logístico y operativo, sino que ha despertado serias preocupaciones sobre la seguridad en el espacio aéreo, el bienestar del personal aeronáutico y la capacidad del país para responder ante futuras emergencias en sus aeropuertos. En este contexto, la situación en Newark se convierte en un símbolo del deterioro de un sistema que durante décadas fue considerado un modelo de eficiencia y confiabilidad.
Este reportaje examina a fondo las causas de esta crisis, sus repercusiones directas sobre los usuarios del transporte aéreo y las posibles soluciones que se están explorando para evitar que el caos vivido en Newark se replique en otros aeropuertos del país.
Escasez Crítica de Controladores Aéreos
La crisis de personal que enfrenta el sistema de control del tráfico aéreo en Estados Unidos no es nueva, pero ha alcanzado niveles alarmantes en 2025. La Administración Federal de Aviación (FAA) ha reconocido públicamente una escasez nacional de más de 3,000 controladores aéreos, una cifra que representa casi el 20% de la fuerza laboral necesaria para operar el espacio aéreo del país de manera segura y eficiente.
Esta deficiencia se ha vuelto particularmente grave en los principales aeropuertos del noreste, y el Aeropuerto Internacional Newark Liberty es ahora el ejemplo más preocupante.
El 13 de mayo, una fecha ya marcada en rojo para los viajeros frecuentes de Newark, durante el turno vespertino de 3 p.m. a 10 p.m., solo tres controladores estuvieron a cargo de manejar el tráfico aéreo en una de las franjas horarias de mayor volumen.
Según reportes internos, para que las operaciones se desarrollen con seguridad, son necesarios al menos 14 controladores en ese turno. Esta diferencia abismal entre la necesidad operativa y la disponibilidad real ha obligado a implementar medidas de emergencia.
El resultado inmediato fue un colapso operacional: vuelos retenidos en tierra, aterrizajes demorados, y tripulaciones que alcanzaban sus límites legales de horas de servicio sin poder despegar. Los retrasos alcanzaron las siete horas, afectando no solo a los vuelos directos desde y hacia Newark, sino también a cientos de vuelos en conexión que dependen de este aeropuerto como nodo estratégico.
Pero el impacto va más allá de la incomodidad del pasajero. La presión extrema sobre los pocos controladores disponibles eleva considerablemente el riesgo de errores humanos.
Estos profesionales trabajan en un entorno de altísimo estrés, donde cada segundo cuenta y cada decisión puede tener implicaciones de vida o muerte. Operar con dotaciones mínimas no solo los expone a un desgaste físico y mental insostenible, sino que también compromete la seguridad aérea en general.
A nivel nacional, el problema tiene raíces estructurales. El proceso de capacitación de un nuevo controlador aéreo puede durar entre 2 y 4 años, y requiere no solo entrenamiento técnico, sino también experiencia progresiva bajo supervisión.
La pandemia de COVID-19 paralizó por completo este proceso durante más de un año, y muchos veteranos se jubilaron anticipadamente debido al agotamiento acumulado. Aunque la FAA ha intentado acelerar la formación, el déficit sigue creciendo frente a la creciente demanda de vuelos en la era post-pandemia.
En el caso específico de Newark, las condiciones laborales han sido calificadas como “tóxicas” por algunos empleados y sindicatos, quienes denuncian jornadas extenuantes, falta de pausas adecuadas, y un clima organizacional marcado por la improvisación y la sobrecarga.
No sorprende que el aeropuerto tenga una de las tasas de rotación más altas del país en este sector, dificultando aún más la estabilización del equipo humano necesario.
La situación ha obligado a la FAA a limitar temporalmente las operaciones de vuelo en Newark, una decisión sin precedentes recientes. También se han iniciado conversaciones con aerolíneas como United, que tiene uno de sus hubs principales en ese aeropuerto, para redistribuir vuelos hacia otros destinos cercanos como LaGuardia o JFK, en un intento de reducir la carga operativa y evitar un colapso aún mayor.
Esta escasez crítica de controladores no es un incidente aislado, sino un síntoma de un sistema en crisis, cuyo sostenimiento depende de soluciones estructurales a largo plazo: mejores condiciones laborales, mayor inversión en formación, retención de talento y modernización tecnológica que permita aliviar parte de la carga de trabajo humano.
Mientras tanto, miles de pasajeros continúan sufriendo las consecuencias de una tormenta invisible que se libra en las torres de control de los aeropuertos más transitados del país.
Fallas Técnicas y Equipos Obsoletos
Más allá de la preocupante escasez de personal, otro factor clave que ha contribuido al caos en el Aeropuerto Internacional Newark Liberty es la frecuencia creciente de fallas técnicas graves dentro de su sistema de control de tráfico aéreo.
En solo las últimas dos semanas, se han documentado al menos tres apagones parciales o totales de radar, episodios durante los cuales los controladores aéreos perdieron tanto la capacidad de monitorear en tiempo real la posición de los aviones como la comunicación con las aeronaves en el aire o en pista. Estos momentos de ceguera tecnológica, incluso cuando son breves, representan un peligro inminente para la seguridad aérea.
Uno de los incidentes más alarmantes ocurrió el 9 de mayo, cuando una falla en el radar dejó sin señal a los operadores por varios minutos justo durante la transición entre turnos —una de las ventanas de mayor vulnerabilidad operacional. Los controladores se vieron forzados a coordinar vuelos manualmente, a través de llamadas telefónicas y protocolos de emergencia, en un intento desesperado por mantener el control y evitar colisiones o pérdidas de contacto.
Estas interrupciones no han sido provocadas por ciberataques ni eventos climáticos extremos, sino por la antigüedad y el deterioro del sistema físico y digital que sostiene el control del tráfico aéreo en Newark.
Los informes internos han revelado que aún se utilizan cables de cobre en lugar de fibra óptica, lo cual aumenta la susceptibilidad a interferencias y fallos eléctricos. Más sorprendente aún: algunos de los sistemas de gestión de vuelo aún dependen de disquetes, una tecnología obsoleta que limita seriamente la capacidad de actualización, velocidad y redundancia de los sistemas.
Este tipo de infraestructura no solo es vulnerable, sino que ya no cuenta con soporte técnico adecuado en muchos casos, ya que las empresas que fabricaban estos componentes han dejado de producirlos hace años. En lugar de una plataforma digital integrada y moderna que permita respuestas automáticas, los controladores en Newark trabajan con un entramado de parches tecnológicos, muchos de ellos improvisados para mantener el sistema funcional, pero al límite de su capacidad.
La falta de inversión sistemática en la modernización tecnológica del sistema ha sido señalada por expertos como una de las mayores negligencias en la política de transporte aéreo de Estados Unidos. A pesar de que Nueva York es una de las regiones con mayor densidad de vuelos del mundo, los aeropuertos de Newark, LaGuardia y JFK comparten sistemas de control que en muchos casos datan de los años 90 o incluso antes.
Esta situación ha generado llamados urgentes desde distintos sectores. Los sindicatos de controladores aéreos, la industria aeronáutica y legisladores de Nueva Jersey y Nueva York han comenzado a presionar al Congreso y al Departamento de Transporte para aprobar un plan nacional de infraestructura tecnológica aeronáutica, con especial énfasis en el reemplazo total de sistemas críticos en aeropuertos de alto tráfico como Newark.
El problema no es exclusivo de este aeropuerto, pero su caso es emblemático. La combinación de tecnología obsoleta y escasez de personal convierte cada jornada operativa en un riesgo calculado, donde la más mínima falla puede desencadenar consecuencias graves, desde pérdidas millonarias hasta posibles tragedias.
En una era donde la automatización, la inteligencia artificial y los sistemas digitales han revolucionado casi todos los sectores productivos, el hecho de que uno de los pilares de la seguridad nacional —el control del espacio aéreo— funcione con tecnologías anacrónicas es tanto una ironía como una amenaza latente. Si no se implementa un plan de modernización urgente, la crisis vivida en Newark podría ser solo el preludio de una falla sistémica a nivel nacional.

Impacto en las Aerolíneas y los Pasajeros
Las consecuencias de esta crisis en el Aeropuerto Internacional Newark Liberty han sido devastadoras tanto para las aerolíneas como para los miles de pasajeros que dependen de este aeropuerto a diario. Las interrupciones operativas han desencadenado un efecto dominó que afecta no solo los itinerarios locales, sino también las rutas nacionales e internacionales conectadas a través de Newark, uno de los hubs más importantes del noreste de Estados Unidos.
United Airlines, que utiliza Newark como uno de sus principales centros de conexiones, se ha visto particularmente afectada. En un intento por evitar un colapso completo de sus operaciones, la aerolínea decidió cancelar 35 vuelos diarios de manera preventiva, con el objetivo de reducir el volumen de tráfico en tierra y dar mayor margen de maniobra a los controladores aéreos que trabajan bajo condiciones extremadamente limitadas. Esta reducción representa una pérdida significativa tanto en ingresos directos como en reputación para la compañía.
Desde el 28 de abril, el aeropuerto ha registrado más de 13,000 vuelos retrasados o cancelados, una cifra que supera ampliamente la media nacional y duplica las tasas de interrupción observadas en aeropuertos cercanos como LaGuardia y JFK. Esta concentración del problema en Newark ha desbordado la capacidad de respuesta de las aerolíneas, que no siempre pueden reacomodar a los pasajeros de forma eficiente ni garantizar conexiones alternativas viables.
Para los pasajeros, la experiencia ha sido caótica y profundamente frustrante. Muchos se han encontrado atrapados en salas de espera abarrotadas, enfrentando retrasos de hasta 7 horas, pérdida de conexiones, maletas extraviadas y una falta de comunicación clara por parte de las aerolíneas, que también han sido víctimas de la incertidumbre provocada por los problemas estructurales del aeropuerto.
Las redes sociales se han llenado de videos y testimonios de viajeros varados, algunos de los cuales han tenido que dormir en el suelo del aeropuerto o buscar costosos alojamientos de última hora en Nueva York o Nueva Jersey. Familias con niños pequeños, personas mayores, viajeros internacionales y personas con discapacidades han sido especialmente vulnerables ante la falta de planificación de contingencias adecuada.
A nivel económico, estos retrasos y cancelaciones tienen un impacto millonario. No solo por el costo directo para las aerolíneas en reembolsos, vales de comida y alojamiento, sino también por el efecto en la productividad de trabajadores y empresas cuyos empleados pierden reuniones, oportunidades o eventos importantes. Según estimaciones del sector, cada hora de retraso en un aeropuerto como Newark puede representar pérdidas acumuladas de más de 1 millón de dólares para el conjunto del ecosistema aéreo y comercial involucrado.
Las compañías de transporte terrestre, como taxis, servicios de rideshare y transporte público, también se han visto afectadas por la imprevisibilidad del flujo de pasajeros, lo que complica la logística urbana en zonas como Manhattan y el norte de Nueva Jersey.
A todo esto se suma el deterioro en la confianza del público. Newark ya figuraba regularmente entre los aeropuertos con mayor número de quejas por parte de los usuarios, y la presente crisis no ha hecho más que reforzar esa percepción negativa. Si las condiciones no mejoran a corto plazo, las aerolíneas podrían verse forzadas a reconsiderar su uso de Newark como hubo principal, lo que tendría implicaciones de largo plazo en términos de conectividad regional y empleos asociados al aeropuerto.
La situación actual ha demostrado que no basta con tener pistas funcionales y aviones listos para despegar. Sin un sistema de control aéreo sólido y moderno, el transporte aéreo colapsa.
Y cuando eso sucede, los primeros en pagar el precio son los pasajeros: las personas comunes que solo quieren llegar a su destino.